UNA TINTA CIEGA PERO PLETÓRICA DE SUEÑOS
En un salón rendido a la oscuridad, su pluma acariciaba las páginas casi con adoración. Su espíritu se encontraba en un café muy concurrido.
Música de pasodobles. Góngora y Quevedo se abrazaban cerca de la barra. Cervantes y Valle-Inclán se reían de un chiste de Bécquer. Baroja y Lope jugaban al mus.
Al amanecer, el escritor se levantó con una gran sonrisa. Se puso las gafas de sol, y al ritmo de su bastón alcanzó la puerta. Aquel café, sus sueños y su libro de hojas en blanco le esperarían eternamente…