A LAS PUERTAS DEL INFIERNO
De repente, me eché al hombro una pincelada de melancolía y me armé de valor, golpeando tres veces la magnífica puerta color fuego que se alzaba ante mí con aires de grandeza.
Y lentamente se abrió, y los sueños agolpados tras ella me derrumbaron, junto con mi sombrero de copa, mi sonrisa irónica, y mi bastón.
¿Mi nombre? Mi nombre se perdió entre sueño y sueño.
¿Mi pincelada de melancolía? Mi pincelada de melancolía la incineraron los sueños.