Es una tarde impregnada
de los cegadores soles
que sonrojan las pupilas,
y mecen el viejo pecho,
y de perfumadas brisas,
ayer de menta, hoy de azufre.
Arrastra su vuelo un gorrión,
entre la orgullosa hilera
de castaños, los castaños
serenos de noche y día
de los sabios bulevares,
que guían al duende alado
allá donde las nubes
no engañan al cielo,
y el cielo sólo es
la muerte
o
la vida.
“Cuando las alas despiertan
de los rutinarios sueños,
la pesadilla es conocer
si se está vivo,…o muerto.”
Es una tarde sembrada
de caminos olvidados,
secos rostros anónimos,
y ansiosas luces de neón,
que envuelven las almas, almas
fieras y desafinadas.
Se posa impávido el gorrión
sobre el cetro de la pétrea
diosa del carro leonado,
y solicita permiso,
con un respeto exquisito,
para beber de sus fuentes,
una, fuente de sangre,
otra, fuente de agua,
sí, sangre y agua,
la muerte
o
la vida.
“Cuando las alas despiertan
de los rutinarios sueños,
la pesadilla es conocer
si se está vivo,…o muerto.”